viernes, 27 de mayo de 2011

Informando que es Gerundio - Cuatro lineas de debate

Ante todo, dejar claro, que esto es una opinión personal, que no tiene porque ser compartida por el resto de editores. De hecho les animo a exponer su visión en los comentarios o en nuevos artículos.

No voy hablar del 15M, ni de DRY, ni de intereconomía, ni del perroflautismo ilustrado... si ponemos nombres a las cosas ya empezamos a cagarla.

Que el sistema no funciona es evidente, que la gente vota a un partido por los mismos motivos que por lo que es de un equipo de fútbol, también.

Y que nadie debe decirte a quien debes votar o si debes votar en blanco, nulo, haciendo el pino o abstenerte.

Pero comparto al 100% las lineas de debate que se han consensuado en la acampada de la puerta del Sol.

1/ Reforma electoral encaminada a una democracia más representativa y de proporcionalidad real y con el objetivo adicional de desarrollar mecanismos efectivos de participación ciudadana.

2/ Lucha contra la corrupción mediante normas orientadas a una total transparencia política.

3/ Separación efectiva de los poderes públicos.

4/ Creación de mecanismos de control ciudadano para la exigencia efectiva de responsabilidad política.

Cualquier persona, debería estar deacuerdo con esos 4 puntos y si no lo está, le invito a dar su opinión al respecto.

Hay que ceñirse a esos 4 puntos y no dispersarse con utopías, una vez alcanzados, ya fijaremos nuevos puntos, claros, concisos y tan necesarios o más que los primeros. Pero si pedimos demasiadas cosas de golpe puede que no alcancemos nada.

No podemos cambiar nada, sin unas reglas de juego justas y sin unos jueces dispuestos a administrar justicia.

Hay quien dice que debemos pedir lo imposible porque somos realistas, yo pienso que debemos pedir lo imposible, pero "a pocos". Luchemos por estos 4 puntos y una vez logrados volvamos a sentarnos en las plazas y acordemos el camino que seguir.

En Islandía consiguieron el cambio, incluso han llevado a la carcel a sus chorizos y nos mandan apoyo.

La semana pasada fui a la plaza del ayuntamiento de mi ciudad, esta tarde y todos los viernes hasta que la situación no cambié seguiremos reuniéndonos, hablando y tratando de cambiar las cosas.


Está en nuestras manos realizar el cambio y hemos esperado demasiado para salir a las calles a pedir responsabilidades, buscar culpables y recuperar todo lo que hemos perdido.
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lunes, 23 de mayo de 2011

Patente de Corso - Cediendo el paso. O no.

Una de las cosas que estamos logrando entre todos es el desconcierto absoluto en materia de corrección política. El bombardeo de estupidez mezclada con causas nobles y la contaminación de éstas, los cómplices que se apuntan por el qué dirán, la gente de buena voluntad desorientada por los golfos -y golfas, seamos paritarios- que lo convierten todo en negocio subvencionado, la falta de formación que permita sobrevivir al maremoto de imbéciles que nos inunda, arrasa y asfixia, ha conseguido que la peña vague por ahí sin saber ya a qué atenerse. Sin osar dar un paso con naturalidad, expresar una opinión, incluso hacer determinados gestos o movimientos, por miedo a que consecuencias inesperadas, críticas furiosas, sanciones sociales, incluso multas y expedientes administrativos, se vuelvan de pronto contra uno y lo hagan filetes. Voy a poner dos ejemplos calentitos. Uno es el del amigo que hace una semana, al ceder el paso a una mujer -aquí sería inexacto decir a una señora- en la entrada a un edificio, encontró, para su sorpresa, que la individua no sólo se detuvo en seco, negándose a pasar primero, sino que además, airada, le escupió al rostro la palabra «machista». Así que imaginen la estupefacción de mi amigo, su cara de pardillo manteniendo la puerta abierta, sin saber qué hacer. Preguntándose si, en caso de tratarse de un hombre, a los que también cede el paso por simple reflejo de buena educación, lo llamarían «feminista». Con el agravante de que, ante la posibilidad de que el supuesto varón fuese homosexual -en tal caso, quizá debería pasar delante-, o la señora fuese lesbiana -quizá debería sostenerle ella la puerta a él-, habría debido adivinarlo, intuirlo o suponerlo antes de establecer si lo correcto era pasar primero o no. O de saber si en todo caso, con apresurarse para ir primero y cerrar la puerta en las narices del otro, fuera quien fuese, quedaría resuelto el dilema, trilema o tetralema, de modo satisfactorio para todos.

Pero mi drama no acaba ahí, comentaba mi amigo. Porque desde ese día, añadió, no paro de darle vueltas. ¿Qué pasa si me encuentro en una puerta con un indio maya, un moro de la morería o un africano subsahariano de piel oscura, antes llamado sintéticamente negro? ¿Le cedo el paso o no se lo cedo? Si paso delante, ¿me llamará racista? Si le sostengo la puerta para que pase, ¿no parecerá un gesto paternalista y neocolonial? ¿Contravengo con ello la ley de Igualdad de Trato o Truco? ¿Y si es mujer, feminista y, además, afrosaharianasubnegra? ¿Cómo me organizo? ¿Debo procurar que pasemos los dos a la vez, aunque la puerta sea estrecha y no quepamos?... Pero aún puede ser peor. ¿Y si se trata de un disminuido o disminuida físico o física? ¿Cederle el paso o la pasa no será, a ojos suyos o de terceros, evidenciar de modo humillante una presunta desigualdad, vulnerando así la exquisita igualdad a que me obliga la dura lex sed lex, duralex? ¿Debo echar una carrerilla y pasar con tiempo suficiente para que la puerta se haya cerrado de nuevo cuando llegue el otro, y maricón, perdón, elegetebé el último?... Por otra parte, si de pronto me pongo a correr, ¿se interpretará como una provocación paralímpica fascista? ¿Debo hacer como que no veo la silla de ruedas?... O sea, ¿hay alguien capaz de atarme esas moscas por el rabo?

Y bueno. Si a tales insomnios nos enfrentamos los adultos, que supuestamente disponemos de referencias y de sentido común para buscarnos la vida, calculen lo que está pasando con los niños, sometidos por una parte al estúpido lavado de cerebro de los adultos y enfrentados a éste con la implacable y honrada lógica, todavía no contaminada de gilipollez, de sus pocos años. El penúltimo caso me lo refirió una maestra. Un niño de cuatro años había hecho una travesura en clase, molestando a sus compañeros; y al verse reprendido ante los demás, un poco mosca, preguntó quién lo había delatado. «Fulanita, por ejemplo -dijo la maestra señalando a una niña rubia y de ojos azules-, dice que eres muy travieso y no la dejas trabajar tranquila.» Entonces la criatura -cuatro años, insisto- se volvió despacio a mirar a la niña y dijo en voz baja, pero audible: «Pues le voy a partir la boca, por chivata». Escandalizada, la maestra le afeó la intención al niño, diciendo entre otras cosas que a las niñas no hay que pegarles nunca, etcétera. Que eso es lo peor del mundo, lo más vil, cobarde y malvado. Y entonces el enano cabrón, tras meditarlo un momento, muy sereno y muy lógico, respondió: «¿Por qué? ¿Es que no son iguales que los niños?».

Arturo Pérez-Reverte

XLSemanal - 02/5/2011
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